“El viaje a Japón”
Campanero,
un toro muy bravo, vivía en Madrid. Desde que era muy pequeño ya tenía la
ilusión de viajar a Japón, pero sus padres le decían:
- ¡MUUUUHHHH! Pero Campanero ¡Hiijoooo!
¿Dónde vas a ir tú al Japón? ¡Con lo lejos que está!
Campanero se ponía a llorar
porque no podía ir a Japón; pero pensaba:
¡Cuando sea mayor iré a Japón
yo solito!. Luego, se daba cuenta de que no podía hacer este viaje porque no tenía
dinero para comprar el billete de avión.
¡La única solución será
estudiar mucho para aprender! Así, cuando sea mayor tendré un trabajo y podré
conseguir el dinero necesario para poder viajar a Japón y cumplir mi ilusión. El
tiempo pasó muy deprisa y casi sin darse cuenta nuestro torito estaba en el
avión.
Al llegar a Japón se encontró
una tortuga que se llamaba Rafaela.
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Se hizo amigo de ella, y a los
cinco minutos se fueron al parque y jugaron al pilla-pilla. Entre carrera y
carrera, vieron que desde una rama cercana había un pajarito. ¡Era un loro!
El lorito Bart, al verlos
correr gritaba desde su rama:
¡Quiero jugarrrr!
¡Quiero jugarrrr!
Campanero y la tortuga Rafaela
dijeron: ¿Quieres ser amigo nuestro? Y dijo el loro Bart:
¡SIIIII!
Entonces dijo el loro Bart:
¿podemos jugar al escondite?.
Campanero y la tortuga Rafaela
decidieron que sí.
Al rato, Campanero,
Rafaela y Bart ya estaban aburridos. Entonces pensaron que estaría bien ir a
dar una vuelta. Sin más, dejaron de jugar y cruzaron un puente de piedra muy,
muy largo.
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Por el puente caminaban dos
señores que al verlos pasar les dijeron ¡Buenos días!. Cruzaron campos……….
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………. desiertos………
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……….. y por fin llegaron a una ciudad muy
grande, llena de edificios.
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Estaban cansados de caminar y
de dar vueltas sin saber donde ir. Bart les dijo a Campanero y a Rafaela:
¡Preguntemos a alguien donde
podemos ir!
Se acercaron a una chica china
y le preguntaron si sabía donde podía encontrar una plaza de toros porque
Campanero quería pillar a alguien.
La china les dijo:
¡Oh, que suelte habéis tenido!
Muy celquita de aquí hay una plaza de tolos. Si queléis yo os puedo lleval.
De camino hacia la plaza, la
china se encontró con un amigo vestido con el traje brillante que quería torear
con el toro Campanero.
¡Que bien! ¡Que bien! Pol fin
hoy podré toleal.
La china, Rafaela y Bart se
sentaron a ver la corrida.
¡Ole! ¡Ole!!
Gritaban desde las gradas. Y
Campanero cada vez estaba más contento. Cuando de repente escuchó un sonido que
le resultó muy familiar:
¡No se lo podía creer! ¡Todo
había sido un sueño! Ni era mayor, ni había viajado en avión, ni siquiera había
conocido a Rafaela, a Bart, a la china, ni al chino. Eso sí, en su sueño se lo había
pasado muy bien. Ahora solo le quedaba esperar a ser mayor para poder hacerlo
realidad.